Día que duele…

Quiero llorar por los que se van a destiempo, en un suspiro de última inocencia y mirando un futuro desde otros ámbitos.

Los crímenes de cada día son dolores que se insertan tácitamente en lo profundo de cada uno y luego explotan ante tanta rabia. Realidades crueles que lanzan su cachetada sin remedio. Impotencia por querer un mundo mejor y los males se van superponiendo.

Tengo miedo por los míos, por los tuyos, por los otros, que salen para jugar en la jungla y apostar por una “supremacía de la sobrevivencia”. No es justo. No es vida ni vivencia.

Historia que se repite y vuelve con su eterno retorno. La muerte, ese signo de interrogación que exaspera y no oprime a retazos, en pedacitos, en angustiantes temblores.

Triste por el mundo, por las alas del destino que se cortan a medio camino. Y luego está el aceptar un consuelo que ni el tiempo puede ajustar en una nueva simetría de las cosas y hechos. Heridas que no sanan, que quedan entreabiertas, hasta que las imposiciones digan que “ya no importe”. Nunca dejarán de importar, y el aprendizaje estará en ese silencio que dice mucho aún en esa tensa calma.

Justicia. El ideario del nuevo siglo, de todos los siglos. La ironía y la carcajada sarcástica de siempre, hasta que no se encuentre una respuesta de fe que nos cure de todo lo que nos daña. Lloramos por todos los ojos de arcoíris que se cierran sin despedirse, porque no lo buscaban, no lo quisieron. Carpe Diem. Aprovecha el día. Tengo miedo de estar un día y luego no sentirme.

Seguridad, como verdadera esencia de libertad. Algo que no se compra ni se vende y debe fluir tangible en su propia órbita. Aquí, tenemos que ganarla, porque unos la compran, otros la subastan al mejor postor. No hay derecho, viejo. Viejo, no hay derecho. País hermoso, rodeado de opresores y granujas, lo hacen tan rojo, disparando a sangre fría. Dolor por los que ya no están.

Fe. Esperanza. Paz. Amor. Pudieran sonar lejanos en palabras, pero debe haber una manera, una nueva forma de vivir sin temores, sin cadenas que derrumben con su peso a los cimientos del alma. Si la descubren, sabrán en dónde encontrarme. Estaré allí, en donde estoy siempre. Allí, en donde todavía puedo sentirlos y aún puedo sentirme.

Para leerlo con “Lover Man” de Charlie Parker, de fondo

Quieto…
Detenerse…
Saltar…
Soñar….

Jazz…
Viaje…
Respirar…
Dar…

Poesía…
Ensueño…
Suspirar…
Abrazar….

Juntos…
Temblor…
Infinito…
Universo…

Uno, dos…
Saxo…
Sed…
Alma, Cuerpo…

Clepsidra…
Lengua…
Merpasmo…
Incopelusas…

Juego…
Palabras…
Manos…
Mimos…

Tiempo…
Beso…
Sonrisa…
Silencio…

Espacio…
Sombra…
Luz…
Ojos…

Final…
Volar…
Vivir…
Amor…

El lado más oscuro en una Despedida de Soltero

¿Qué fuimos en esa noche de apuros y de sombras? Una circunstancia inventando confidencias y desvelos en el desatinado concierto de la lujuria. Nos vimos en la oscuridad y pretendíamos subir más alto, como para concretar un acto que se hace más intenso aún en los sinsabores ya íntimos.

Decían que no debía preguntar tu nombre, ni los motivos por los cuales las horas mundanas te llevaron a inventar gemidos bajo la luz de la luna. Nos apresuramos a abrir la puerta, pasando a la luz entristecida y a las botellas vacías. Tus movimientos, absurdos y rutinarios, ante el inexperiente y el puritano, combinaban perfectamente en ese delirio ajado de los besos dados sin arte ni parte.

Decidiste ser vos, asumir tu molestia y tu tristeza por los hombres que no te comprendían, que abusaban de ese mal llamado “privilegio” de pensarte “puta” y obligarte a cumplir sus deseos. Tenías miedo, porque no había escapatoria. Estábamos arriba, los dos, vestidos y tal vez sin ganas de contemplarnos. El bullicio de los espectáculos de cabaret alteraba los sentidos y los minutos iban corriendo. Los nervios, los temores, el estudio de los comportamientos aparecían como un burdo y descontextualizado intento de filosofía barata en un burdel de mala muerte.

Hablamos acerca del dolor, de la desdicha, del murmullo de las multitudes que te señalaban con el dedo y levantaban tu falda en distancias imaginarias. Recordaste a tu familia y a todo lo que habías dejado para incorporarte a este mundo autoimpuesto por necesidad. Temías que no haya una creencia hacia tus palabras o que todo se convirtiera en excusas vertidas a regañadientes.

Callamos por instantes, buscábamos entendernos y olvidar que ambos estábamos afligidos. Se cumplía una hora más del existencialismo y no sabíamos cómo empezar a desinhibirnos. «¿Querés estar conmigo?», fue la pregunta detonante, la duda que desempolvó a la moraleja. La respuesta, “Por supuesto, si eres muy linda”, sonó acaso forzada y fría, aunque nos haya indicado que no había remedio. Allí, el interés se centró en tu cuerpo, en lugares recónditos y profanados por otros clientes. La luz podía estar al final del túnel, si la solución hubiera sido olvidar que antes nos conocimos al compartir historias.

Silencio. Había más jazz en la mente que toda esa basura electrónica que se escuchaba a lo lejos. Asumimos la posición de detective y un caso a ser resuelto. Había que recorrer zonas ya exploradas para redescubrirte como ser humano y no como objeto. Los reflejos carecían de vínculos propios. Una mujer y un hombre que agregaban más incógnitas al lado oscuro de la noche. El abrazo fue el mensaje que temía ser dado. No por lástima ni por el engaño. La regla consistía en no besarnos, en no preguntar por qué el cuerpo responde o no responde a las caricias obligadas. Sin embargo, persistía la magia, cuando los labios se humedecían en la dermis de plástico, buscando el irresoluto clímax, el tan ansiado orgasmo.

Luego era un ir y venir inconstante y naturalizado. Asumir el rol dictado a arbitrariamente. Debatirnos en una guerra sin motivos, sin la posibilidad de victorias o derrotas que puedan ser contadas. Ansiosos, recubriéndonos y sintiéndonos la piel en un suave latido de esperanzas débiles, mientras la fórmica arcillosa de tus senos apaciguaba los ánimos y acompasaba la nostalgia. Gemidos forzados y atolondrados, vivíamos en un sometimiento sin etiqueta y sin nombre. La luz al final del túnel. La hora de la despedida.

No entramos en los detalles, en cómo tuvimos que exasperarnos y recordar que otro mundo seguía gestándose debajo de la habitación. Antes de salir, la magia anónima fue cortada con una confesión que no podrá ser contada. Diste tu verdadero nombre, pero prometimos guardarlo en secreto. Nos despedimos con besos en la mejilla, y cada quien siguió su camino. Un cigarrillo encendido, fumado acaso a medio humo, para significar que hoy acabamos con el rito de las costumbres, y pusimos nombres a nuestras realidades. Ese «Gracias por los favores recibidos», ocultaba un «Gracias por escucharme».

11.09.2016

Reencuentros y Desencuentros (Remiscencia)

Nos difuminamos en un beso durante las noches cómplices. Sentir que te desdibujabas en mi cuerpo, trazando trayectos distintos, hacía más apacible el misterio del viaje. Antes estaba la cita previa, el recuento interminable hacia un reencuentro sin testigos, proponiendo nuevos riesgos. Sabía que ya no estabas sola, pero aceptaste. En mi mente apareció el delirio filosófico y la escuela existencialista me puso en la encrucijada más triste: poseerte mientras otro formaba parte del juego y la broma, aunque nunca lo supiera.

Después nos quedaba preguntarnos qué nos hacíamos el uno al otro. A veces, era pretender que nos seguíamos amando por más que la costumbre nos haya hecho persistir en el perfume de nuestra piel. Costaba desacompasarse y empezar un nuevo ritmo. Hoy era otro cuerpo distinto al mío y distinto al tuyo. La respuesta siempre estuvo a la vista. Temíamos una nueva suavidad del roce.

Nos veíamos, nos temíamos ante la certeza de nuestras intensidades. Sabíamos que el regalo sería amor salvaje, por más que no pudiéramos estar juntos. Omitiendo a la lucha de nuestros labios, estaban las rutinarias dicotomías: mi impaciencia por tu tardanza en la elección del menú del día, o tus reclamos por dejar la puerta del baño abierta. No podíamos alejarnos de ciertas realidades. Odiabas el café amargo y mientras tanto yo aborrecía tu manera de enrollar el spaghetti con los tenedores. Pequeñas contradicciones que se sumaban a esa inexplicable resistencia a vivir juntos aunque siempre lo hiciéramos uno dentro del otro.

En el fondo, sabíamos que no dejaríamos de amarnos, a pesar de las diversas tendencias opuestas. Porque más allá de tus reclamos o mis ataques de histeria, nos guardábamos para ese momento en donde ambos sabíamos que el mundo no existía. Era un “Let It Be” incesante, nos dejábamos ser y permitíamos que el sometimiento juegue su propia partida de ajedrez. El azar, la unión de dos contrarios que por años simulaban ser enemigos y triunfaban tomados de la mano.

Luego aparecían las palabras dulces, como un ejercicio de las reminiscencias. Llamábamos a nuestras antiguas voces, a nuestros ritos pueriles de abrazarnos en la oscuridad de la noche mientras un gemido escapaba y excitaba a mis oídos. Sólo tú en una expresión salvaje, sin que se pareciera a tus gritos pidiendo un taxi o reclamando a los idiotas que te silbaban por la calle. Allí estabas mientras me mirabas, y un “mi amor” se ahogaba entre tus labios y mis dientes, no pudiendo evitar una pequeña mordida que nuevamente nos ponía entre un suspiro y una mirada tierna. Nos entendíamos aunque haya pasado mucho tiempo. Luego estaba el verte como si fueras mi espejo y sonreír desde vos y para vos. Me gustaba que asumas la postura del jinete y su montura, emprendiendo una cabalgata infernal sin que precisamente suene de fondo Offenbach.

No. Primero estaba Smokey Robinson and the Miracles. «Oo Baby Baby», como la previa para nuestros contactos íntimos. Tocarte, sentirte y oprimirte, invitarte a un viaje de dos minutos en donde un blues triste me haría susurrarte al oído que te seguía amando, por más que la historia ya no nos permitiera seguir estando juntos.

Luego una semimoderna introducción de sintetizadores. «Is This Love». Nuestra canción favorita. La guardábamos para ocasiones especiales. No te gustaba mi eclecticismo porque siempre decías que actuaba conforme al estado de ánimo del playlist aleatorio. Dejé de ser un snob solo para besarte. Ya no me importaba recitarte desde mi mente un poema de Byron porque también nos separamos en silencio y con lágrimas, con el corazón medio roto. Hoy el verso contaba con un final libre. En el reencuentro omitimos detalles, por respeto tácito hacia un pecado cometido. Nuestra telepatía nos topó soñando el mismo sueño en un viaje sin brújulas ni vicios. Siempre quedó esa certeza. Estabas en otros aires, pero el perfume viejo seguía siendo nuestro. Nos seguíamos amando, en un silencio cómplice. Final abierto.

06-06-2017

Siesta de ofrendas para tu mano

Recibe este pergamino de incógnitas, bajo el sol que enhebra sus hilitos de luz durante la libre siesta.

Jeroglífico, mapa o esperanza, hoy lanzo un suspiro hacia una galaxia que cuida, que aplaude sin cansancio cada paso dado hacia adelante.

Cartografías de tu suelo soberano, tu rostro ancestral y perenne, compendio magnífico de la alegría del mundo.

Fiel a tu canto, a tus voces, a tu espíritu, vibras en el verso puro, salvaje, eterno, sin fronteras.

Para que no te sientas triste, recibe esta ofrenda: mi alma de ecos aferrada a tus astros, a tu gratitud, bálsamo que calma a mis miedos y los lleva hacia un eterno sueño.

Aceptación y metamorfosis. Años de soledad que hoy mutan hacia horas sublimes de mágica compañía. Quiero ser más bueno todos los días, solo para alcanzarte. Si te alcanzo, solo ansío tu mano para seguir soñando en ese mismo plano poético en donde respiramos, vivimos, somos…

Maestro Astro (M.A.)

Volviste, eterno amigo,
Y pensé que ya te despediste.
Regresaste alegre, altivo,
Cerré los ojos, me puse triste.

Te fuiste a destiempo.
Los sueños estaban para alcanzarte.
La alegría pasó a ser silencio.
Ya no habrá música esta tarde.

Pero siempre cuando llegas
Apareces con un mensaje.
Te vi feliz y bromeando.
Nada pudiera preocuparte.

Tal vez fue el susto,
Que, lastimosamente, despertase:
El corazón aceleró su pulso
Ante esa amistad noble, hoy distante.

Cambiamos, mutamos,
Nos extrapolamos o mudamos
De piel; como bohemios o vagos
El universo es un nuevo peldaño.

Hoy sonrío por ti, pensando:
Una luz perdura siempre.
Hay una estrella soñando.
Otra, con savia dulce, que crece.

Y tu espíritu hoy trajo un bello canto:
“En la fe, nada oprime al llanto”.
Navega por los cielos, amigo astro,
Y no te rindas nunca, ser alado.

Recuerdos y un Slowly (Throwback Thursday)

Hay suavidad y extrañeza en las baladas que se conciertan durante la medianoche. Cada melodía te trae de vuelta, y abundan discos que giran a más de 33, 45 o 78 revoluciones por minuto. Siempre  las baladas poseen ese non plus ultra, esa debacle intempestiva hacia lares más seguros e indispensables, más hacia un vos o yo regalándonos sonrisas, ocultando nuestros rostros atolondrados entre la juventud y el ensueño.

Tratamos de recordar y vivir en cada responso hecho de noblezas y puerilidades, aunque las luces ya se hayan apagado y tengamos que vivir con el pesar de las ausencias caras, intensificadas en las sombras, junto al melódico slide de una canción de George Harrison. “Your Love Is forever”, soñando con esos ojos inmorales producto de las horas íntimas, pensando en esos labios que no escatimaban en despedirse con un beso, susurrando un “hasta mañana” o el “hasta un próximo encuentro”.

Sabíamos que podíamos volver a vernos o reencontrarnos en un “paseo púbico” – como esa “justa errata” cortazariana que tanto nos gustaba -, ese interminable delirar de las almas que se confunden en un recuento salvaje, al atravesarse latidos entre la asfixia y la confusión exasperante.

Podríamos habernos mirado por segunda vez, retomar el baile que ayer quedó a medias, con promesas a corto plazo y excusas poco argumentadas al ya cumplirse el horario de alquiler de aquella habitación de hotel tres estrellas. Sin embargo, lo dejamos estar, comprendimos por instantes y optamos por entristecernos. Salimos desconcertados, temiendo una despedida sine die, en donde la vida pudiera divisarnos a lo lejos, a una distancia circunstancial y predestinada a los sueños inventados por la unidad de dos seres.

No sabríamos explicar cada párrafo de este texto tan inconexo. Olvidarte no estuvo dentro del libreto, aunque el guión inevitablemente portaba consigo un slowly cómplice, acompasado por el movimiento de nuestros pies descalzos y nuestras ansias desnudas por recorrerse y determinarse en un conflicto sin vencedores ni vencidos.

Era el sometimiento o la culpa por nuestra recíproca subordinación. El silencio buscaba ahogar a tus gemidos, mientras establecíamos al mutismo de la dermis como el código perfecto para revelar secretos del placer. El engranaje perfecto para una trama construida a retazos de tu piel y otra piel, agotando las instancias de las artes amatorias terrenales, recurriendo a los clichés del Tantra para sentirnos más próximos a divinidades imperfectas, oxímoron o antítesis de la incoherencia y de la fábula, sin temores narrativos o errores de sintaxis.

El párrafo terminaba obligadamente, porque el slowly terminaba y habría que dormir solo una vez más, por más que recordarte avivaba otras esperanzas, otros compromisos que resuman la magia perdida. Éramos felices y pudimos seguir siendo felices. El reloj no nos esperó y tuvimos que apurar el cierre de página. El libro terminaría por ser escrito en otra ocasión. Hoy ya no, lastimosamente, ya no. No sé hacia dónde llegamos y el slowly se perdió con este atípico prosema, horrible y desaliñado, inestable y triste, perdido y altisonante, desesperado y desenamorado, devaneando recuerdos, aprisionando canciones sin importancia, pero admitiendo tu presencia entre las nostalgias.

(14 – 11 – 2016).

Visiones nocturnas (I Can’t Tell You Why)

Every time I try to walk away. Something makes me turn around and stay. And I can’t tell you why. Eagles.

Cada rincón de tu ser era una emancipada libertad. Lo sentíamos, lo divisábamos luego de esos viajes a contratiempo, escapándonos en un beso dado desde un aire nuevo, sin medida, entre nuestros descontrolados deseos.

Sabía que te habías ido, pero, a ratos, volvías, te quedabas como ese reflejo imaginario que no busco admitir para no ser un contorsionista de nuevos desequilibrios y locuras. Las manos, asidas al aire, imaginando que, una vez más, me dabas una última mirada, entre complicidades de un jinete y su montura. Obedecer. Me mirabas, sonreías, y nacía la nueva música, otro recuerdo para el alma.

Nos perdíamos en excentricidades. Dedos traviesos ocupados en ese delimitar pequeñas circunferencias, en compases imperfectos, sin reglas autoimpuestas para evitar mayores delirios. Un movimiento era crucial para obtener los tres deseos de aquella lámpara de un cuento. Hoy solo buscábamos llegar a uno en un pasadizo custodio de aquel elíxir de vida, los fundamentos de una pasión cósmica insertos en sus propias galaxias de fe. Tocar, percibir, asociar y disociar, sin explicar por qué. No podía decirte por qué. Era ese cataclismo sin tregua, ese decir, «me excitas», «me incitas», «me corrompes», y luego sucumbir.

Bebí el perfume de tu rostro sin tiempo en esa oscuridad tan nuestra, mientras sentía que la canción tomaba tu fórmica y nos sometía a esa suave caricia en clave de sol. Vivíamos, nos mirábamos y reíamos de nuestra suerte, de nuestro reencuentro anhelado y bohemio. Puntos cardinales. Recobrarte íntegra, de norte a sur, de este a oeste, y disipar mis miedos más desesperados. Desvestí una sombra y desperté llamándote. Hay algo que hace que quiera quedarme aferrado a tu inmensidad, a tu hechizo que hoy dicta una cadena perpetua. Tarde, lo comprendo. La canción estuvo jugando conmigo y la divagación se pierde sin remedio. Belleza y virtud. Te extrañé, my lovely. I can’t tell you why, darling.

Lo erótico: confesiones estériles

Escalofríos. Amor boomerang… el que uno deja ir, aprisiona en recuerdos, con chances mínimas de reencuentros. Hubo un concierto clásico en medio de todo ese rito primario, inocente, precario. Había música atravesando poros, insertando un sonido cómplice, como la historia que solo se cuenta en medio de las charlas a introspección y psicoanálisis.

Selección de tus instantes y los míos en la cajita de canciones digitales. Y la condena por una repetición que no podría ser la misma, comparando tus encuentros y los míos, plagados de inexperiencia. Aunque todo debía ser química y física, los cálculos metódicos estaban allí. Esta vez era la expectativa, temer no cumplir, marearse antes de beber zumos de gloria, trascender clímax – paroxismo y sentirse orgulloso. Orgullo, esa palabrita tan motivadora para la masculinidad. Temor a la mentira, ese llevarte el secreto de mi falta de práctica. Estereotipos. Lo pensábamos demasiado.

Hablábamos en susurros. “Vive el momento. Atesora esa parte de mi alma que hoy es cuerpo y que, al hundirse al tuyo, será unidad en medio del caos, místico refugio de los que creen en Dios”. Cuando hablabas con simbolismos religiosos, el pecado conjunto se exasperaba y preparaba su sendero de libertad. Redención. Ir en contra de todos o todo lo preestablecido, y confesar que la primera vez se gestaba de un lado y no del tuyo. Adiós, comportamiento de superhombre nietzscheano. Bienvenido, sensitivo de las power ballads, el jazz y el soul.

La canción estaba en el playlist, mientras el acto del beso se esparcía por tu mejilla, rodeaba tu cuello, cada vez más incierto, más inserto en el ensueño, más lento en la visión. Ceñirte a trazos del Verbo, aferrarme a tu cintura debajo de las sábanas, eran una tregua a pequeños esbozos, trazando líneas de fuego con las yemas, las uñas levemente filosas, sin importar nada, importando mucho. Descender o bajar, subir, escalar, tomarse atribuciones más íntimas, balanceos suaves, rítmicos por momentos, acompasados o a destiempo, pero moverse en lo que ansiábamos: nuestro propio tempo.

¿Qué quedaba después? Áulico o callejero, lo teórico vuelto empírico. No hay teoría sin práctica, ni tesis sin antítesis. Polos opuestos. Acomodar las piezas del tablero. Tus manos indiscretas temían hacer daño, y tocaban una fórmica, como midiendo las posibilidades, ese deseoso acudir de prisa a las súplicas de tu centro húmedo y cálido. Todo era fuego y hielo, y una nueva sublimación desde las estancias sin nombre. Pedíamos más. Clamábamos por más. Hoy lo recuerdo por pasajes, como un bosquejo de misterio.

El problema es que alguien llama a la puerta y debo retirarme. Volver a la realidad de pelearme con tu presencia ausente, y ser un Homo Erectus que explosiona al último contacto imaginario de tu aroma indeleble. Hasta los incivilizados inventaron esa palabra, más turbados que otras veces. Me aseo, pero no me siento sucio. El plan consistía en recordarte. Volver al baño y con la espuma del jabón verterme en nuevos pensamientos puros, buscando ese nepente de olvido y vida celeste. Pero, en mi mente, el vinilo sigue girando. “When We Made Love”. Bad Company. El coro era un cambio de Em a Bm. Melancolía. Ars Amandi. El verano está difícil.

Baby Blue

Consideren a este relato como estrictamente ficticio. No busca aclarar ni aportar detalles sobre la creación de la gema dorada de Badfinger, Baby Blue, revitalizada y elevada a su punto máximo con la serie Breaking Bad. Sin embargo, se centra en una pequeña historia sobre cómo pudieron suceder los hechos.

Las despedidas nunca fueron del agrado de Dixie Armstrong. Si bien había nacido en el sur de los Estados Unidos, profundo por el Delta, los lamentos del Blues y el fanatismo religioso, su alma estaba mayormente apegada al Rock And Roll. Nadie lo entendería, ni siquiera sus padres.

Un espíritu libre en constante búsqueda, con inquietudes y angustias propias de una joven que ya fue creciendo durante los años 70 y sin The Beatles. La llamaban «Niña Triste», por aquel suspiro incompresible en medio de un soplo dulce de las brisas del verano.

Soñaba con sumergirse en aquel mundo de música, tal vez estruendoso, inclusive soñoliento y hasta peligroso, pero las leyes de la vida quizás deseaban conducirla hacia caminos más seguros. Aunque su espíritu anhelaba sentir su propio canto, nadie parecía estar dispuesto a demostrárselo.

Pero 1971 marcaba nuevas etapas para los jóvenes deseosos de nuevos sonidos. Mientras Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath o las crudezas de Creedence Clearwater Revival, Steppenwolf, se mostraban feroces ante el nuevo mundo, aparecía una nueva banda británica apadrinada por los mismísimos Fab Four, ya cada uno en solitario.

Llevaban el nombre de una canción de Lennon en su etapa embrionaria: Badfinger. Estaba formada por cuatro chicos, dos provenientes de Swansea, Gales, y otros dos oriundos de Liverpool. Quién diría que Pete Ham, Tom Evans, Joey Molland y Mike Gibbins serían bautizados como las nuevas estrellas nacientes de una nueva era sin The Beatles.

El éxito les llegó con Come And Get It, compuesta por Paul McCartney. Luego aparecería No Dice, con las joyas No Matter What, Midnight Caller y la magnífica «Without You», reversionada por el ebrio de bohemia, Harry Nillsson. Disfrutando de la fama mundial – aunque sufrieran apremios económicos – se embarcaron en una gira estadounidense.

Para los expertos, Pete era el genio, el retraído y el mago detrás de la banda. Como un perseguidor incansable, se codeaba con los grandes músicos de la época.

De personalidad noble, confianzuda, el mundo le sonreía por primera vez luego de arduas batallas con The Iveys. Como músico, siempre esperaba la nota perfecta, el compás preciso, la melodía más bella, y tal pareciera que el futuro se mostraba prometedor y más brillante.

La gira estadounidense comenzaba a ser un fastidio. Por supuesto, todos se concentraban en la música, en un nuevo sonido que luego sería catalogado como Power-Pop; melodías pegadizas, estridencias justas y moderadas para no encontrar otro oxímoron, letras sobre amores y temores de los nuevos jóvenes ansiosos por nuevas historias y oportunidades.

Pete Ham supo que había algo más en Dixie cuando la vio por primera vez, mientras Badfinger regalaba un concierto asombroso. ¿Se presentaron o fueron presentados? ¿Cuál camino los había unido y situado en esta precisa circunstancia, en este momento tan inexacto?

Sus mundos se encontraron, sus historias fueron contadas. Nadie supo si la inspiración llegó con un chasquido del dedo malo o si solamente todo surgió a partir de una mirada. Claro que en la fotografía captada horas después se los veía animosos, amenos y hasta sonrientes.

Se conocieron. Para Pete, los besos de Dixie dejaban un recuerdo imborrable. Había nervio, alma, entrega sublime, como si la última vez llegase en forma inoportuna. Mientras el tiempo de los mortales pasaba, ellos se veían en otro ámbito, como horas sagradas de luces y sombras.

Llegaba el amor y el dilema los sorprendía. ¿Estaría dispuesta a viajar a Inglaterra si él la llamase a su lado? ¿Sería la compañera, la novia, la esposa, la amante? ¿Combatiría a la soledad durante aquellas horas en las que la banda ingresase nuevamente al estudio y haga nuevas giras promocionales? Dixie navegaba en aguas inciertas. ¿Pete se atrevería a pedirle viajar y hacer una vida juntos?

Finalmente, se animó y la invitó a viajar juntos. Claro que ella tenía la certeza. El amor que se profesaban iba in crescendo y tal vez la historia sería distinta en un escenario de dos locos buscando más alegrías que tristezas.

Pero algo vaticinaba un final prematuro. La grabación de Straight Up se hacía difícil y deberían salir nuevamente de gira. Cambios constantes en la producción, George Harrison, Todd Rundgren, Geoff Emerick, Eddie Kramer, el concierto por Bangladesh. 1971 era un año demasiado ajetreado para los dolores y las quietudes del corazón.

Dixie sabía que existiría un final y desconocía si su destino pudiese estar en su regreso al sur para emprender otro camino. ¿Enfrentaría a Pete y le diría que desistía del sueño? La presión era intensa. El trabajo los alejaba y la distancia construía muros de acero en la historia.

Se despidieron? Pete sabía que su amor era correspondido, que Dixie podía ser la mujer que buscaba. Pero todo jugaba en contra. Había un tiempo que se agotaba y afectaba a sus horas más íntimas, más secretas y más dulces.

Ella se fue y nadie sabe si lo supo en otro lugar o en otro momento. Pete le había escrito una canción, representando todo lo que habían vivido juntos. No hubo tiempo para ese amor especial.

El cigarrillo humeaba en el cenicero y en el suelo se iban juntando todos los papeles. La guitarra estaba a un costado, con ese vestigio de magia que queda tras haber sido recién tocada. Pete Ham soñaba triste en sus elucubraciones, abstraído en su tiempo, tan preciado por él en algún pasaje de aquel primer encuentro. Los demás miembros de Badfinger lo saludaron. Él les dijo que hoy trabajarían en una nueva canción.

¿La vio por última vez? ¿Quiso llamarla y contarle aquella noticia? Dicen que un poeta solo escribe y describe su desdicha condenado por su dolor. Inmerso en el recuerdo, en una sonrisa amarga, entendiendo que la había perdido, dijo para sí mismo: «esta será para mi niña triste, para mi Baby Blue». Se levantó, agarró la guitarra, y le dijo a los chicos: «Síganme. Capo en el cuarto traste. Re mayor. Un regalo para Dixie. Con la despedida de mi amor».

«Creo que tengo lo que merecía, mantenerte esperando por tanto tiempo, mi amor. Todo este tiempo, sin una palabra.
No sabía que pensarías, que me olvidaría, o me arrepentiría
El amor especial que tengo por ti, mi niña triste».

En algún momento de su vida, Dixie se lo agradeció. El adiós definitivo llegaría años más tarde, pero la magia sería imborrable. Baby Blue, una pieza de Pete para su niña triste, la de sonrisa hermosa, la de rostro lánguido, la incorregible y noble Dixie.