Cronopios y terapias de amor

La forma en cómo me besa, en ese juego disperso e íntegro, como las fábulas de sueños que embelesan, me lleva a pensarla y sentirla en cada resquicio de la existencia.

Suena John Coltrane y todavía su perfume quedó inserto y perenne en mi alma. Atrapado con la guardia baja, tácitamente a la expectativa, como queriéndolo entre líneas, llegó como un abrazo, transformado en beso de cerviz que se expandió fragante hasta el algodón de una remera de The Beatles. Repaso la escena de balcones una y otra vez, mientras la memoria delimita un culto a su esencia, atesorando su nombre de estrellas. «Somewhere In Her Smile She Knows, That I Don’t Need No Other Lover».

El vino recrea su arcilla a cada sorbo, a cada paso dado entre suaves mordidas y recuentos de la piel, mientras su amor y su libertad lanzan conjuros mágicos con palabras advertidas por el vicio y el deleite. Me apuro a besarla, recorrerla en sus bifurcaciones, dormirme en su cabellera negra enmarañada, y la esperanza es brillo de sol, es brillo de luna. Nos quemamos o nos enfríamos con la pasión que nos remite a ser extraños enamorados de las sincronías y las contradicciones. Las incógnitas se abren y hay otro nuevo pasadizo para poder mirarla. Las bóvedas de sus ojos negros, un abismo al cual aferrarme. Sí. Presiento un fondo de luz tan preciado que terminaría subiendo estando tan abajo. ¿Quién dijo que el infierno es abajo y el cielo es arriba? Con la infinitud de ambos, navego por usted, hasta usted desde usted misma, con la inmarcesible beatitud de extrapolar lo que siento sin temor al portazo, a la tristeza, a las vicisitudes. Le confieso cronopiadas absurdas: usted me genera escozores, usted me hace temblar. Sístole y diástole. Terapia del alma, sesiones y anhelos del corazón. Introspección. Cronopio, su diagnóstico es sencillo: está vivo y sabe que no tiene remedio. No se curará y no se cure nunca. Locura, sonrisa, altar. Fe, sonmolencia, languidez, amor, paz.

Lechuzo Gejor se prepara para una cachetada de la Lechuza

«Si me acercase hasta su rostro, ¿recibiría una cachetada? Ya no podría girar más allá de esta locura que nos envuelve y nos redime después de años de silencio. Hablar por los dos resulta difícil, pero quisiera creer, tener fe sobre lo que hoy vivimos en una pluralidad de sentimientos que toma tonalidades sublimes como el vuelo sin miedo con alas desplegadas ante el canto de ángeles. El corazón tiembla, se contrae y se distrae ante tanto encanto suyo, ser cándido y múltiple como los sentires de cada estación, incluso la de los trenes, que aquí ya no existen.

La risa cunde y esa locomotora de mis entrañas acelera su paso y no quiero detenerme hasta llegar al puesto de control. Los sonidos onomatopéyicos del «chu-chú» regalan cosquillitas de virtud y no puedo dejar de mirarla, y sueño y subo y siento y…paff…la agujita desinfla el globito solo por un ratito.

Una confesión antes de su dulce sueño: es la primera vez que nos pasa esto y nos cuesta captar las señales. Claro que hubo historias de antaño en donde también el «a…r» llegó para construir y reorganizar todo a su paso; pero eso tardó más, mucho más de lo que ahora se experimenta y se muestra ante nuestras existencias, ante nuestros ojos de diamante. La conozco desde hace tan poco, pero pareciera que la vida nos concedió una oportunidad para darnos cuenta que pudimos conocernos hace años o sabíamos que existíamos pero en órbitas distintas. Hoy orbitamos en lugares cómplices y no lo niego: me está ganando en ese juego de besos en la cerviz.

Necesito lograr una hazaña, un truco que me permita estar a solas con usted y regalarle lo que no miente: las miradas de cíclopes que no titubean en el silencio de los mediodías, las que se fortalecen y se confunden en un delirio galáctico de temores y temblores, sembrando y cosechando la felicidad extrema. Gritaría su nombre a los cuatro vientos, a los miles de rascacielos que nos circundan, solo para hacerla entender que todo lo que estaba oprimido vuelve a renacer con solo abrazarla. Ya está. Mi cachetada estará esperando a la salida de la oficina. La confitería del absurdo guardó los alfajores que más le gustan. Se lo digo sin tapujos y con la empalagosa verdad que tal vez hoy ya no asombre, pero regala esperanzas: usted me g…ta muchísimo y se lo diré frente a frente en algún momento o hendidura del día. Prefiero avisar para que la manopla esté lista. Seguiré girando hasta que su brillo de sol me haga una pregunta de elevación con su voz de luz. Junto a usted…siempre…si me lo permite…sería la respuesta. Gracias por el fuego, por el hielo, por la hecatombe de su sonrisa que derriba mis miedos. Gracias por la música que fluye como el jazz de eternos soplos y sonidos cósmicos. Cuide sus comisuras, que sus labios recibirán una invasión de ternura. Cachetada por la propuesta incedente. Babeo antes de tiempo, solo para dormirme imaginando el perfume de sus manitos de lechuza mágica y de esencia».

Las cartas de Gejor se fueron tornando personales e imprudentes, un comportamiento clásico de los kamikazes que se reinventan en el romanticismo de las palabras. No sonaba trillado, ni oxidado, ni con circunloquios. Lo interesante es que dejaría a los lectores atónitos. Hasta el propio jefe de redacción quedó sorprendido. Después de todo, nuestro viejo redactor era un cronopio in love. La curiosidad había llegado: ¿de verdad el beso en la cerviz puede salvar o condenar en un delirio contradictorio de un desintegrarse para volver a vivir íntegro en un amor sublime? Maldito Gejor, dejaste al jefe filosofando. Imprimátur para el blog Categoría Poesía y Vida, completando los puntos en «Amor» y en «Usted Me Gusta Muchísimo». La verdad debe llegar íntegra, para dispersarse mágica, más allá del después.

Prosema del café y cacao

Mientras la noche esparcía su perfume encantado, ellos se buscaban en el recuerdo de miradas que se habían regalado durante calendarios cósmicos. Los ojos se comunicaban entre delirios intergalácticos, con fogatas y estalactitas que nacen para hechizar con dulzura y poesía a las estancias del fuego y hielo.


Se movían en una tácita espera, estudiándose y desbordándose entre las ansias de abrazos sin culpa, sin temor, sin dolor. La ternura iba in crescendo y las palabras se transformaban en somnolencia, amor, subida hacia los cielos, recuento.


Escribían una historia a suaves pasos, en un deleite de pianos y pianísimos, jugando con las figuras de sus almas, angelicales sonatas, sumidos en la fe por la vida, por los seres que se reencuentran en un viaje sin haberse buscado, sintiendo paralelos de la existencia oculta en la sincronía de latidos. Enamorados, constelados, como la nerudiana que se calla, pero que se percibe ausentemente cercana, dejaban rastros para seguir persiguiéndose en locuras secretas, íntimamente cómplices de lo que sentían, respiraban y suspiraban.


Libres para soñar con alas sin rendir cuentas a los fantasmas del pasado, el aire cobraba forma de beso para recomenzar y pensar que la vida puede ser un lúdico signo que se descifra a cada instante con cada acción de nobleza, de sublimidades que perduran bailando con la brisa de verano, entre el calor y el bullir de la sangre que se hace rubor cuando un halago se dispersa como fragancia dulce, importando un mundo, valiendo un universo.

“Seguiré navegando en un arcoiris hasta que pueda tenerte en mis brazos otra vez”, cantaba Art Garfunkel en su andar plañidero y anhelante. Amor para sonreír y tenerse así, de frente, mano a mano, en una charla de café o de almuerzo, lado a lado, olvidando horas de etiquetas y las imposibilidades autoimpuestas.

Sentirse es lo verdadero. Ella lo hacía sentir. Él bebía lenta y pausadamente el recuerdo de su abrazo de mirada, trasmutado y trasuntado en un horizonte de días mágicos. Y si ella llorase de alegría o tristeza, él sabría buscar atajos y bifurcaciones para alegrarla y hacerla reír para que nada la lastime. Así de absurdos y contradictorios estaban: perdidos y encontrados en los ojos del otro, reflejándose en una aventura sin límites, viviéndose para ir más allá de todo, más allá de todos, regresando a la poesía que los vio nacer, sonreír, llorar, vivir, sentir. Conectados en la amalgama de los sentidos y de la razón, redescubriendo puertas y caminos, reinventando paisajes en cada espejo de luna, en el eterno brillo de sol.

Lechuza y lechuzo van al confesionario

Lo que debo decirle carece de estructura y metodología, porque se corre el riesgo de mutar constantemente. No se asuste. No son variantes letales relacionadas al virus pandémico del siglo XXI. Sin embargo, increíblemente surge un verso de Quevedo y Villegas con su “tras siempre arder, nunca consumirme”. Lo que hoy siente y debo explicar va creciendo y esparciéndose, como pequeños peces que atraviesan libres el río interminable de sueños y esperanzas con sus aletitas de voluntad. Claro que siempre llegan a buen puerto. Con usted no busco finales trágicos ni tristes. Resulta que es todo lo contrario, pero debiera disculparme este circunloquio del primer párrafo para decirle: «Usted me gusta».

Ya sé que me pedirá que no le explique y que sienta, pero al cronopio lo ataca el delirio fama en forma burlesca y desea utilizar términos rimbombantes para captar su atención y buscar que se ría a carcajadas. Ha confesado que la hago reír y no sabe cuánto quisiera abrazarla fuera del tiempo avaro de los horarios de oficina y noticieros radiales – televisivos. El segundo párrafo salió más airoso: «Usted está en mis pensamientos y en mis sentimientos. No puedo evitarlo’.

¡Basta!, diría usted en medio de rubores y planteamientos de subtemas para no insistir con el tema principal. Seguiré insistiendo desde mágicas hendiduras, bajo su mirada de sueños profundos y que hace más celestial a este loco mundo. No me tome por cliché, que adoro verla en la forma en cómo la veo y eso que últimamente había dejado de sonreír. Por primera vez, quedamos «groguis» con un knock-out que nos eleva y ya pasó más allá del 10 que cuenta el árbitro en el ring. ¡Mi cara está rojísima, lechuza! Tercer párrafo con moraleja: el brillo de sol deja quemaduras de todos los grados en un deleite sublime que ni siquiera conduce al hospital.

Ya ve que me estoy agrandando, y en cualquier momento aparecerá la agujita para pinchar el globito, la realidad que quiere ser amarga y aguarnos la fiesta. Solo buscamos agradecer por tanta ternura, tanta esencia, hasta por la palabra que empieza con a y termina con r pero que no podemos pronunciarla porque hay cachetadas un poco infalibles. No me cansaré de buscarla por cada rastro, huella, hendidura, rendija, cerradura, cornucopia en acepción dos de la R.A.E. (risas) y caleidoscopio. Cuando la puerta, la ventana y la grietita del techo se abran, sabremos que ese juego bellísimo de lechuza y lechuzo encronopiados de amor (lo dije) nació de abrazos infinitos y miradas eternas. Descubrirla y atesorarla en acciones, gestos, libros, poesía y palabras, son la alegría infinita. Cuarto párrafo de la verdad con el capítulo 83 de Rayuela: Total parcial y total general…gracias.

Cronopio nerudiano sueña con unos ojos

Cicatriz de un tatuaje removido o solo un tatuaje que imagino por debajo de lo terso, lo que se construye en multiplicidad de colores entre relieves de encaje y algodones. Singularidades y pluralidades de tu cuerpo que se ocultan en tus ojos secretos, compuertas del alma. Miramos, suspiramos, y en ese hipnotismo tan subyugante, el corazón responde su propio acertijo: llegar hasta su ser de fe en medio del fluir de la brisa suave, con vientos favorables.

Marcas de tu piel en el espectro de la noche, reflejos de tu brillo en la sonrisa de tarde. Rostro de paz, refugio de esperanza que permite a las ansias desbordarse en deleites de azúcar y néctar, en un canto feliz del místico universo.
Para que la dicha sea completa, las pupilas se contraen mientras el iris juega su concierto de desenfoques y balances para dar paso a su luz a rasgos pequeños y gigantes, en esa languidez tan sublime que nacen desde los parpadeos mientras se narran historias del día.


Ahora todo termina en las confesiones en primera persona: ¿sería absurdamente un cliché que te pienso a instantes sin husos horarios y sin relojes de marca? Dicen que lo importante es sentirse en un lugar, entre momentos y situaciones exactos. En este caso, solo un relojito tiene razón y es el que me avisa que debe sentir porque la ve desde lejos en un saludo de manos cósmicas. Latidos que se fortalecen en su onomatopeya hasta que zumben los oídos. La sangre cubre el rostro y el rubor inunda con lo ridículamente tácito: usted me gusta y los nervios se descontrolan, alguien nos da un pinchazo en señal de “despiértese” pero ya es demasiado tarde.

El plan era elevarse, volver a subir sin pensar en caídas aparatosas sin cascos o sin trampolines, dejando atrás al vértigo.

Dos veces apareció esta palabrita en nuestra jornada del día: rascacielos. Llegar hasta la punta para hacer una V de Victoria con los dedos índice y medio siempre nos causó una graciosa satisfacción. ¿Se trata de rascar el cielo o rascar al cielo? ¿O rascarnos el brazo o la cara en mini barbas viriles? El vino comienza sus alabanzas y un beso de aire apareció indiscreto, precioso, desde lo más alto. Embelesado, el conjuro de la lechuza más sabia y bella del planeta bosque cronopio se ha posado en nuestros sueños, y para escapar debemos escapar hacia ella, con ella. Fugitivos sin ser criminales.

Llegar a su despacho (mesa de almuerzo en cantina rascacielos) y verla en sus peleas de protocolo y etiqueta, separando la ensalada de su plato principal, son detalles que se cuentan en una complicidad suya y mía. Hay secretos que se viven y se sienten de a dos, en formato del uno. Nerudiana y Cortazariana cimentando el hechizo del poema, suyo, mío, nuestro, aunque sea en sueños. Soñar es verla y sentirla sonreír, vivir es verla y sentirla feliz. Su magia se eterniza por encima del universo, las galaxias y el tiempo. Sol. Luna. Brillo de sol. Brillo de luna. Premura y lento delirio de sonreír para usted y gracias a usted desde el otro lado de lo que hoy pienso y siento. Final abierto. Más allá.

La Verdad de las Circunstancias (TBT)

La incógnita sigue siendo ese «te quiero». Ese laberinto de promesas falsas; esas excusas para caminar descalzo, estático y sin retorno por sobre las brasas. No se trata de aprisionar una caricia en el recuerdo, o divisar una presencia en un estallido de la subconsciencia.

Buscamos eliminar a la angustia que nos carcome el sentido de la existencia, pensando en la fatalidad por sentirnos un espejo del otro, y acaso llorar porque terminamos conquistando el mismo pulso, la misma circunstancia errante.

Estaba ese empoderamiento de los letargos, tu languidez y la mía, en un cómodo adormecerse durante el rito místico de los besos espontáneos y sin relevamiento de datos previo.

Escapando hacia tus ojos, confundíamos el vicio con el deleite, la costumbre con la monotonía, el sueño con el vapor insólito de una visión sonambulesca. Las manos apuraban el encanto y ya no había vuelta atrás; el aroma de tu piel embalsamaba a las heridas de una dermis ajada, atorrante y no digna a tu perfume.

Sin embargo, no te desencantabas. El hechizo apareció y fue más fuerte que una frase de amor solemne y fuera de contexto. Te adelantaste al orgasmo y lo retuviste por más tiempo, subiendo y bajando el falo, acompañando el movimiento Allegro, Piano y Fortísimo, en una melodía sin compases, arrítmica y sincopada. Y no faltó el desfile del soplo, la reverberación, el humilde y el inquieto vibrato de tu lengua surrealista, extrayendo la miel para un nuevo retrato de un Dalí sin nombre.

Sin delirios monocromáticos y pseudointelectuales. Esta vez, ganabas la guerra, sin la oportunidad de firmar un cese al fuego, porque sabías que seguiría el placer de las hostilidades. Era amar el sometimiento, autoexcluirse del pasado e imponerse un presente afable a tus deseos carnales.

Nos usábamos, no nos permitíamos ir más allá del te quiero. Una historia que se repite en cada siglo, con vestidos, rostros y pelucas diferentes. Jugábamos al adiós que responde todas las incógnitas. ¿Sería nuestro primer y último beso? ¿Aceptarías un nuevo recorrido desatinado con una brújula rota? ¿Alguna vez, dormiríamos sin echarnos la culpa?. Lo hiciste también con él, y yo también lo hice con ella.

Eso era todo. Aspirar una vez más el perfume del olvido y esperar nuevamente a que te canses para volver. La condición fue impuesta. Amor suave y salvaje, sin contemplaciones. Amor que no regala un «te amo» después de las intimidades. Una angustia que se lleva tu cuerpo sin mirar atrás, olvidando que en el medio de la soledad o en la compañía de otros cuerpos, nos pensamos en silencio, y traspasamos la línea del «te quiero».

Pildoritas cronopias para lechuza enfermita

Mire sus arruguitas. Son como ramitas de sapiencia.

Piense, viva, sueñe, sonría. La estamos grabando con los Smartphones en formato vintage – sepia. No hay bicho que resista ser cachado in fraganti en un asalto frustrado.

Si el termómetro marca 39°, quiere decir que está roto. Gire los números y sabrá que tiene fiebre cronopia. Traiga rápidamente muchos cubitos de hielo y lléveselos a la frente. Si le da escalofríos, entonces busque una pistolita de juguete con agua caliente para restablecer a los colores de su rostro arcoiris. Ya ve cómo la autosugestión dará los mejores resultados.

No se refriegue tanto los ojitos, que no podrán cumplir su función de abrazar con la mirada a los que tienen insomnio. Cuide sus uñas lilas – rojas con un guante de encaje suavesísimo y manténgalo a temperatura acondicionada. No debe derretirse ese custodio de arañazos en dulzura.

Ría a carcajadas para espantar al que quiere ser demasiado serio y se olvida de poner madrugada en notitas cómplices. Ya verá que el susto hace bien a los que creen estar trabajando en horario laboral.

Pero, sobre todo, lo más importante. No se olvide de su esencia, que la acompaña y hace brillar cada hendidura sin trazo aparente. Todo encuentra su cauce en su luz de fe. Nada puede hacerle daño.

Camine a su propio tiempo, avanzando en latidos rítmicos que marcan su garbo y su presencia. Nadie más tiene la respuesta cuando se anda descalzo en libertad o con zapatitos de papel maché que fueron improvisados para soporte de tacón luego del tropezón escalonado. ¡Ingenios de la locura!

Siga siendo usted, abejita azul, que la esperanza y la gratitud se adhieren a su existir como el horizonte más hermoso, con nubes algodonadas y azucaradas en el onomatopéyico ‘HAUM’ del cielo infinito. Creo que así se dice: HAUM, JAUM, JAO como los ancestros y señales de humo.

Descanse y póngase fuerte, que la guía del Universo se hace más firme con su brillo de sol y nada nos puede hacer daño. Si necesita ayuda, por supuesto que le daremos la mano. Somos cronopios lechuza y lechuzo, ¿O No? Si me mira, yo la miro, como la cornucopia sagrada creada para el sublime Ars Amandi. ¿No le gusta cornucopia? Está bien. Espejos, reflejos, mares de imágenes que se replican en un roce de flores con la brisa del viento a campo abierto. Girasoles, rosas, encanto, tiempo.

¿Sigue frunciendo el ceño? Sus arruguitas eran orguitas, luego crisálidas y hoy ya son mariposas que se posan en árboles de savia sabia, preciosos bálsamos para el bohemio «in love». Alma divina y eterna. Corazón mágico y hechizante. Mujer de guerra y paz, fuego y hielo, perseverancia hacia dos dedos en señal de victoria, más allá.

Cronopios y «lo absurdo»

Como una dicha gigante a punto de desbordar un vaso de esperanzas, nos entró esa locura sin nombre de sentir cosquillitas en el vientre a una edad de delincuentes. Y pensar que una mirada divisó a los lejos una tierra firme en la inmensidad de un mar del nuevo mundo ante todos desconocido. 1.492 fue el año histórico que una vez se transformó en una inconcebible pérdida de dinero por no llegar a tiempo a la mesa de lotería que ya entregó la jugada del día.

Todo pasa y queda cuando nuestros ojitos terminan encriptándose en magnéticos mensajes que llegan hasta el alma. Antes, mucho más allá del antes, está la complicidad virtual de inventar figuritas virtuales de lechuzas que se saludan con manitos al pasar por otros laberintos, secretos que solo se bailan en el dos más dos es igual a uno. Rogaría que nos disculpe por este arrebato de los saludos en ternura.

Aunque estemos grandecitos para miradas «achinadas» (no es racismo), ese juego nos retorna a la vida de nuevas pausas y dulces treguas. Un rincón, un resquicio que nos devuelva la felicidad, todo en una conexión mística que trasciende palabras y se transforma en rayitos de acciones diarias en medio de todo ese brillo de sol que se refracta en su ser de infinitas gemas y diamantes.

Pero no olvidemos lo que se siente pensando en lo kafkiano, lo torpemente descifrable en medio de una certeza tan previsible pero que uno acepta riendo. Lo absurdo es trazar un corazón con los dedos y atesorar un instante en miradas que se conectan por encima de los cristales. Lo irremediable es tararear su nombre entre cancioncillas tan queridas pero que nos envuelven en su esencia en pleno horario laboral. ¿Me envía una sonrisa de susto y que pueda salvarme esta noche? ¿Dejará que caiga en sus brazos o usted caerá en los míos? ¿O, en realidad corregiremos la expresión y subiremos juntos?

Usted entiende que el encanto nace y crece, sobre todo cuando nos miramos con esa arteria tan propia de la letalidad y la magia. «Ahora esa mujer va a sonreír», piensa el cronopio lechuzo que rememora escenas rayuelísticas del delirio Oliveira, y todo regresa a su camino cuando siente que también se torna protagonista en la sonrisa de ella, como una continuidad de los parques pero con las hadas trayendo alegrías con puntos suspensivos.

Personalmente, no dejaré de mirarla desde el balcón, aunque esto me cueste la broma shakesperiana de una escena amorosa de Montescos y Capuletos. Pero la alondra y el ruiseñor nos acompañan en el concierto de la luna y sus estrellas, y me importaría horriblemente y hasta con pavor infantil darle un besito en la nariz, desearle buenas noches y lanzarla al baile de los monstruos, entre ronquidos y zumbidos de búhos y sapitos tan contentos como estamos nosotros.

Hablar por los dos resulta argelísimo, porque la libertad es nuestro sello más preciado. Mirarla y sentirla libre es soñarla eterna en un paraíso sin brújulas, besando horizontes sagrados de infinita felicidad. No me mire con cara de espanto, que absurdamente pienso en usted, mientras un libro de poesía nos une en colores cuando nos tomamos de las manos. Cronopios absurdos, cronopios jugando al Ars Amandi, eternos, lechuzo y lechuza, enamorados. Shhh. No sea tan empalagoso. Lo siento. Abrazo de mirada y un abrazo con alitas calmas. Shhhhh. A dormir en amor y en música, brillo de fe. La veré mañana. Lo veré mañana. Shhhh. Usted sabe. Usted también. Lo sé. Lo sé. Shhh. Happy Owls.

El Mensaje de un Abrazo (TB)

Mientras callaban, él la abrazó con la ternura y la sapiencia de aquellos que se despiden a cualquier momento, teniendo siempre presente el carpe diem. Ni la “Sociedad de los Poetas Muertos” había calado tan profundo en su aliento como esa lectura de Quintus Horacius Flacus. Claro que pretendía algo más allá de lo físico y lo pseudo intelectual. Pasaba el rato construyendo poemas, prestando pensamientos ajenos y ancestrales, como para disimular el descontento con su mundo actual.

El cinismo siempre estuvo de su parte, aunque esta vez no quería ocultar esa alegría de observarla sonreír. “¿Cómo era ella?, “¿Desde qué sueño surgía?”, “¿Con qué canción se quedaría?”, todas las preguntas resultaban evidentes pero aún más difíciles de contestar. Sus ojos se tornaban más dulces, como una cadencia descendente propia de una balada de George Harrison, el músico de las atmósferas más sublimes. Ese algo de sus movimientos, mientras la llegada del sol o de la luna, mientras una guitarra lloraba de alegría por tener a una princesa regalando esperanzas de tiempos mejores.

Pareciera ser desalentador cuando las palabras no consiguen abarcar y descifrar al lenguaje de los sueños. Estamos tan cerca de besarnos y aparece un balbuceo, una frase cuasi dicha pero atragantada en el fondo del alma, como un te amo en el idioma de la divinidad. Cada vez más cerca, nuestras pupilas dilatándose ante la falta de espacio, como el cósmico sueño de adorarnos más allá de la energía de nuestros cuerpos.

Nadie nunca lo sospechó. Nada pudo alertar siquiera que ambos iban sintiendo lo mismo, a medida del paso de un tiempo ajeno al terrícola. Dos extraños, sin especie, distintos pero iguales estando juntos, dueños de su propio tiempo. La calidez de sus respectivos alientos rememoraba círculos que buscaban un eterno retorno de amor, paz y sonrisa, degustando el placer de vivir para ser amado sin importar los días malos.

Y luego se reencontraban, acariciándose lo que podríamos llamar el sexto sentido de pensarse hombre dentro de una mujer o una mujer dentro de un hombre. Traspasando sexos, vendettas y fálicas pasiones cortazarianas, no era lo mismo divisarse desnudos aceptando sus límites geográficos, entre lunares cómplices o los vellos púbicos hoy tan descartados en el siglo XXI.

Pornografía y erotismo creados por las contradicciones del amor tierno y luego salvaje. El lenguaje de sus cuerpos se escribía entre pausas, silencios y rítmicos vaivenes de ensoñación y sometimiento. Amarte para descubrir que nosotros nunca dejamos partir a las almas que tanta felicidad nos regalan. Luego el beso, la mirada, los corazones latiendo a la misma onomatopeya (tum – tum) para dormirnos pensando en el presente, en el amor que no tiene fecha de vencimiento.

Él despertó. La ensoñación había sido demasiado fuerte. Todo el amor se le vino de golpe mientras solo la abrazaba. Él era feliz. Ella era feliz. Ambos eran felices. Nosotros somos felices. Somos felices. Somos.

04- 08 – 2018

Abrazo de cronopios con puntos suspensivos…

Como posar los ojos a través de las mirillas de las puertas y dejarse atrapar por los sueños del caleidoscopio.

Esperar pacientemente una oportunidad en medio de los ascensores y admitir, entre sonrisas que se abren en su concierto de ventanales: Aunque bajemos, podemos subir más alto.

Sentirse en un refugio de fe y paz, cuando extensiones físicas se auscultan el alma, configurando una nueva alegría para el mapamundi de la esperanza.

Suavidad de las manos que se extienden más allá de océanos, planicies y selvas, buscando el perfume que rompa con la timidez, en un juego de aceptación e inmensidad.

Fragancia de luz que se expande y se dispersa por dos esencias que suspiran agradecidas ante un contacto de horizontes nobles y cadencias del silencio cómplice. Abrir los brazos y retornar a la fuente del verdadero tiempo, traspasando telas, sedas hasta llegar a nuestra más profunda piel.

Agradecer por la magia que recorre la médula y los nervios, estallando en la confusión de una felicidad inmensa. Fluyen los sueños en la conjunción de ríos y montes, bifurcándonse a través de infinitas represas de agua dulce y salada, solo para perdurar en un paisaje que respira por sí mismo y ya no se esconde.

¡Conexión de los sentimientos más puros, replicados como espejos sublimes de hermosura y ternura! Llegar puntuales a la misma sincronía, en la justa distribución de corrientes que electrifican y avivan llamas, en un incesante delirio de fuego y rayos de tormenta. El choque que despierta, el encuentro de miradas que brillan sin despedirse, capturándose y fugándose hacia galaxias o planetas que giran en una misma órbita, por los siglos de los siglos.

Todo esto lo sentimos en un acto que hoy es palabra y mañana será el futuro de la nueva vida sin límites, divisiones o fronteras: su abrazo, maravilla del sol, camino de la verdad, guía para tocar los arcoiris del alma , viaje hacia el territorio del nosotros, perennidad de la vida en un mismo latido infinito. Ars Amandi.