
El vino que mancha la mesa. La silueta de Robert Mitchum atravesando la niebla. El triste episodio de los desamparados del alma, sin otro rigor que el del bourbon y la Colt del 45. No había otra ley, más que la del uno mismo enfrentándose a los peligros de las oscuras noches de ciudad. Una mujer, el peligro, la fatal alegría en su recuerdo intenso, como la hazaña épica tras robar aquella casa de joyas escondidas. Felicidad en un propio estilo, con rubores íntimos, miradas desde un mismo cauce, fluyendo como el río…
Despertarse. Ponerse el traje sin gabardina y volver a enfundar el arma coraza, para que nadie lastime. Fuiste, eres, serás. La consigna filosófica sin prueba científica. Hoy estás aquí, mañana no será allá ni más allá. Cínico, imberbe, desprovisto de la música de los sentidos…perdiste la guerra, sonreíste antes de apretar el gatillo. Paroxismo. Autodestrucción. El barco zarpó con un solo pasajero a bordo. Llegó la hora de rendirnos cuentas, pulsaciones del ansia eterna. Corazón marchito, recubierto de tristeza. Round Midnight, en el mercenario grito perdido de Dexter Gordon. Lo que te extraño es otro delirio de locura sin importar las consecuencias. No puedo alcanzarte. La luna resplandece siempre ante el brillo de sol. Parapetados en la nostalgia de los encuentros sin etiqueta, el hechizo del dos al uno calló cálculos perfectibles de sentires y penas.
¿Nos dio pena o guardamos silencio? La vida prosigue en sus infinitos cuentos. Volver a soñar, en otro porvenir, en otro ámbito del dulcísimo secreto.
Seguir. Nadie llamará a la puerta. El sonido de tu voz se expande y se dispersa hasta rozar contornos de mi piel reseca…adiós al elíxir, al poder y a la belleza de los instantes sin horarios rutinarios. Chandler y Bukowski, maestros del trago reconfortablemente amargo. Las Campanas no doblan por nadie. El simple arte de matar: pensar que fuiste amado.