
«Si me acercase hasta su rostro, ¿recibiría una cachetada? Ya no podría girar más allá de esta locura que nos envuelve y nos redime después de años de silencio. Hablar por los dos resulta difícil, pero quisiera creer, tener fe sobre lo que hoy vivimos en una pluralidad de sentimientos que toma tonalidades sublimes como el vuelo sin miedo con alas desplegadas ante el canto de ángeles. El corazón tiembla, se contrae y se distrae ante tanto encanto suyo, ser cándido y múltiple como los sentires de cada estación, incluso la de los trenes, que aquí ya no existen.
La risa cunde y esa locomotora de mis entrañas acelera su paso y no quiero detenerme hasta llegar al puesto de control. Los sonidos onomatopéyicos del «chu-chú» regalan cosquillitas de virtud y no puedo dejar de mirarla, y sueño y subo y siento y…paff…la agujita desinfla el globito solo por un ratito.
Una confesión antes de su dulce sueño: es la primera vez que nos pasa esto y nos cuesta captar las señales. Claro que hubo historias de antaño en donde también el «a…r» llegó para construir y reorganizar todo a su paso; pero eso tardó más, mucho más de lo que ahora se experimenta y se muestra ante nuestras existencias, ante nuestros ojos de diamante. La conozco desde hace tan poco, pero pareciera que la vida nos concedió una oportunidad para darnos cuenta que pudimos conocernos hace años o sabíamos que existíamos pero en órbitas distintas. Hoy orbitamos en lugares cómplices y no lo niego: me está ganando en ese juego de besos en la cerviz.
Necesito lograr una hazaña, un truco que me permita estar a solas con usted y regalarle lo que no miente: las miradas de cíclopes que no titubean en el silencio de los mediodías, las que se fortalecen y se confunden en un delirio galáctico de temores y temblores, sembrando y cosechando la felicidad extrema. Gritaría su nombre a los cuatro vientos, a los miles de rascacielos que nos circundan, solo para hacerla entender que todo lo que estaba oprimido vuelve a renacer con solo abrazarla. Ya está. Mi cachetada estará esperando a la salida de la oficina. La confitería del absurdo guardó los alfajores que más le gustan. Se lo digo sin tapujos y con la empalagosa verdad que tal vez hoy ya no asombre, pero regala esperanzas: usted me g…ta muchísimo y se lo diré frente a frente en algún momento o hendidura del día. Prefiero avisar para que la manopla esté lista. Seguiré girando hasta que su brillo de sol me haga una pregunta de elevación con su voz de luz. Junto a usted…siempre…si me lo permite…sería la respuesta. Gracias por el fuego, por el hielo, por la hecatombe de su sonrisa que derriba mis miedos. Gracias por la música que fluye como el jazz de eternos soplos y sonidos cósmicos. Cuide sus comisuras, que sus labios recibirán una invasión de ternura. Cachetada por la propuesta incedente. Babeo antes de tiempo, solo para dormirme imaginando el perfume de sus manitos de lechuza mágica y de esencia».
Las cartas de Gejor se fueron tornando personales e imprudentes, un comportamiento clásico de los kamikazes que se reinventan en el romanticismo de las palabras. No sonaba trillado, ni oxidado, ni con circunloquios. Lo interesante es que dejaría a los lectores atónitos. Hasta el propio jefe de redacción quedó sorprendido. Después de todo, nuestro viejo redactor era un cronopio in love. La curiosidad había llegado: ¿de verdad el beso en la cerviz puede salvar o condenar en un delirio contradictorio de un desintegrarse para volver a vivir íntegro en un amor sublime? Maldito Gejor, dejaste al jefe filosofando. Imprimátur para el blog Categoría Poesía y Vida, completando los puntos en «Amor» y en «Usted Me Gusta Muchísimo». La verdad debe llegar íntegra, para dispersarse mágica, más allá del después.