Mientras la noche esparcía su perfume encantado, ellos se buscaban en el recuerdo de miradas que se habían regalado durante calendarios cósmicos. Los ojos se comunicaban entre delirios intergalácticos, con fogatas y estalactitas que nacen para hechizar con dulzura y poesía a las estancias del fuego y hielo.


Se movían en una tácita espera, estudiándose y desbordándose entre las ansias de abrazos sin culpa, sin temor, sin dolor. La ternura iba in crescendo y las palabras se transformaban en somnolencia, amor, subida hacia los cielos, recuento.


Escribían una historia a suaves pasos, en un deleite de pianos y pianísimos, jugando con las figuras de sus almas, angelicales sonatas, sumidos en la fe por la vida, por los seres que se reencuentran en un viaje sin haberse buscado, sintiendo paralelos de la existencia oculta en la sincronía de latidos. Enamorados, constelados, como la nerudiana que se calla, pero que se percibe ausentemente cercana, dejaban rastros para seguir persiguiéndose en locuras secretas, íntimamente cómplices de lo que sentían, respiraban y suspiraban.


Libres para soñar con alas sin rendir cuentas a los fantasmas del pasado, el aire cobraba forma de beso para recomenzar y pensar que la vida puede ser un lúdico signo que se descifra a cada instante con cada acción de nobleza, de sublimidades que perduran bailando con la brisa de verano, entre el calor y el bullir de la sangre que se hace rubor cuando un halago se dispersa como fragancia dulce, importando un mundo, valiendo un universo.

“Seguiré navegando en un arcoiris hasta que pueda tenerte en mis brazos otra vez”, cantaba Art Garfunkel en su andar plañidero y anhelante. Amor para sonreír y tenerse así, de frente, mano a mano, en una charla de café o de almuerzo, lado a lado, olvidando horas de etiquetas y las imposibilidades autoimpuestas.

Sentirse es lo verdadero. Ella lo hacía sentir. Él bebía lenta y pausadamente el recuerdo de su abrazo de mirada, trasmutado y trasuntado en un horizonte de días mágicos. Y si ella llorase de alegría o tristeza, él sabría buscar atajos y bifurcaciones para alegrarla y hacerla reír para que nada la lastime. Así de absurdos y contradictorios estaban: perdidos y encontrados en los ojos del otro, reflejándose en una aventura sin límites, viviéndose para ir más allá de todo, más allá de todos, regresando a la poesía que los vio nacer, sonreír, llorar, vivir, sentir. Conectados en la amalgama de los sentidos y de la razón, redescubriendo puertas y caminos, reinventando paisajes en cada espejo de luna, en el eterno brillo de sol.