La incógnita se centra en entonar un lamento o ver un noticiero. Pensarte o perderme en los muertos del día, en la inseguridad de siempre o en esa bofetada de las triples gratificaciones de funcionarios públicos. «So Much Love To Give», grita Glenn Hughes, y la historia de la esclavitud ejecutada con armónicas recobra vida en delirios de una guitarra eléctrica. Hay un más allá, si nuevamente tu cuerpo se revitaliza en la tristeza de un beso dado a ritmos de música.

No adoptamos el carácter mendicante o suplicante como para devolver el favor de unas caricias dadas al recuento de “aves de paso”. Reconocer una realidad que nos condena por más años de los que uno pudiera contabilizar, al ejercer el papel de los correctos, incorruptibles y firmes, desvía los puntos cardinales de un amor escrito sin nombres. Tal vez alguna vez se trace uno, pero el tiempo no es aliado de los que lo piensan mucho y no lo concretan.

A tres párrafos, «So much love to give», «Tanto amor para dar», Blues 1992, y las rimbombancias no tienen explicación. Te busco en una línea melódica perdida entre las interrupciones del bajo y la batería. Las sonoridades del slowly nos remontan a los contactos de la dermis más íntimos, más ajados por ese pensar en un mañana sin vos. Ya sé. Está el escribirte por nuevas aplicaciones tecnológicas de mensajería y concertar un encuentro fortuito, pero no es lo mismo.

No puedo tenerte. No podemos tenernos. Onetti o Camus hacían un brindis por los extranjeros Mersault y los Linaceros o Rissos erranbundos nacidos para perder, asumiendo un pozo o un infierno tan temido, sin la posibilidad de modificar el destino de las circunstancias. Claro, podríamos amarnos, podríamos trasmutarnos y trasuntarnos la piel, en la metamorfosis más sublime; sucumbir a ese instante en donde en un plano ajeno a lo banal y lo terrestre, la infinidad muestra su rostro soberbio y marca una historia por siempre. El vinilo seguiría girando y las promesas terminarían por regalarnos un sueño.

El bostezo imprudente tramaría una nueva interrupción de la magia, pero sin éxito. Nos debatiríamos conflictos aritméticos en posiciones cóncavas y convexas, buscando el ángulo perfecto para acurrucarnos, ser felices y olvidarnos del olvido. “Por qué no te quedas, en un pequeño corazón a corazón. Hagamos un brindis por los tiempos que tuvimos”, serían las frases dictadas a susurro volátil y producto de mis erecciones privadas.  “Why Don’t You Stay, baby?”, alimentando la lascivia y la inmoralidad, viéndonos desnudos, atravesando mundos de anatómicas perfecciones efímeras, haciendo el amor, Ars Amandi en un aire suave de pausados giros, en el místico parafraseo de modernistas y realistas mágicos.

Una taza de café humeando al lado nuestro, como el brebaje que no necesitaba ser bebido, para decirnos que nuestra adicción era más estimulante y autoinsomne. Los labios hablaban lenguajes despistados, adormecidos por el conflicto inevitable de causas sin fundamento. El guión se escribía y se circunscribía a ser como éramos estando solos, sin esperar caídas de telón o conflictos existenciales de los miles de Hamlets del siglo XXI. Recorrer tus aires, senderos que se bifurcaban y se abrían paso hacia ansias de la complacencia. Te amaba, y la palabra temía ser apurada por exabruptos del silencio. Amor, te movías con la magnificencia de una despedida, de una última vez. Pero ya no hablemos de cómo lo hicimos, cómo lo vivimos o cómo lo sentimos. Hoy lo escribimos, y las revisiones de postura no seguirán. Las tragedias seguirán imprimiéndose, escuchándose y viendo en miles de canales comunicacionales. Sin embargo, está ese amarnos, a la espera de un feedback interminable, como emisores y receptores de un código que se desencripta en la reciprocidad de las noches cómplices. Te contengo y me contienes. Me pediste que me quede. Sabes que siempre lo haré.

 

28.09.2016