
Hay una condena en nuestro pasado. Es un temor a reescribir lo que pensábamos que en un delirio del instante pudo ser borrado. Sin esa imaginería idiota por recobrar recuerdos en un ámbito cerrado de nuestros secretos.
Quién sabe si pudimos tener una historia, o si el adiós prodigado a distancia una vez fue solamente víctima de un formalismo que se dicta luego de los espasmos de una noche. Lo único que imperaba era ese sometimiento de las culpas, tu cabello oculto tras ese viaje hacia el fálico sur. Como el engaño o la estafa de discurrirte en mi cuerpo sin pagar peaje, existía por mi parte la obligación de asumir la contribución de un canon por aprisionarte en ese atrincherado juego de cóncavo y convexo, bajo las bélicas sábanas.
Nos delimitábamos como si fuéramos mapas viejos y desactualizados, trazando nuevos límites, entre períodos de guerra y armisticio. No era la diplomacia del después lo que aborrecíamos, era sencillamente saber que deberíamos compartir y dividir territorios, como esos trofeos que se reclaman los estados firmantes por quién sabe cuántos años. Sinónimo de seguir buscando la cooperación internacional, utilizando terminologías geopolíticas. Entre nosotros, no podía existir la autodeterminación de los pueblos. Contigo sería siempre intervenir e inmiscuirme en tu geografía, aunque existan reparos de todos tus poderes.
Singularidades y complicidades. Tristes acaso, por la firmeza de mis manos apretando tus senos, sin muestras de cariño, con esa obligatoriedad tan rutinaria del oficinista bruto e indiscreto, mientras aplicábamos la regla de esculpir tu norte llano, entre panoramas de arcilla. Nuestros besos, recreaban panoramas más cálidos, como un murmullo de lluvias que se arromolinaban en un mar de fobias.
Luego estaba el ruego y la súplica, exhaustos de tanto Blitzkrieg y Holocausto, esperando un juicio por nuestras culpas. Era el infierno tan temido, reescribir pasiones ocultas. No acabamos por aniquilar a nuestras ansias, pactando un nuevo encuentro, reencriptando códigos, como si alguna vez, la interrupción haya puesto siempre puntos suspensivos, en la construcción de un mensaje. Sí. La historia tendrá que terminar y no sabremos si podrá ser contada. O sólo un balbuceo de las noches solitarias. Una exégesis para el próximo libro del mañana. Una historia, que se escribe a pasos gravitatorios, a ritmos de nostalgia.
30- 05 – 2016