
El silencio de la noche encierra el recuerdo de viejos saludos nuevos. Hay puertas que se abren e impiden divisar gestos o movimientos de manos al viento. Pero luego está el ingenio, ese mensajito que se inserta y se inventan con paquetes de pequeñas esperanzas. Lo llaman paquete de datos. Esas curiosidades salvadoras de la tecnología.
Mientras la construcción de una acción se escribe entre líneas digitales («Te estoy saludando»), inevitablemente, se busca con la mirada. Hay cielos y paraísos que se abren a través de rendijas y hendiduras. Los sentí aquella vez, cuando ese aviso tuyo nos encontró en un dulce viaje lejano de ojitos que buscan inflarse con mayor fuerza para llegar hasta el otro, como los dibujitos.
Pensé en Tom y Jerry, en los saltos de locura de un patito negro, esta vez con forma de origami para caber en tus deditos de fe que no se cansan de contemplar lo profundo, lo bello, lo insondable. Ese verte a lo lejos solo me trajo certezas y sueños nobles.
Un suspiro en poesía es irse más allá del tiempo, escalar montañas como edificios, incluso sentirse uno mismo en puntos ciegos o sentirse Snoopy durmiendo «sobre» la casita y no «dentro» de la casita, junto al pajarito amarillo cuyo nombre ahora no recuerdo (Es Woodstock, me sopla Google). Me diste una locura sublime esta noche. Te la retribuyo en casillitas, en líneas y puntos suspensivos que sonríen por debajo de un tapabocas aterciopelado. Estoy salvado.