
Every time I try to walk away. Something makes me turn around and stay. And I can’t tell you why. Eagles.
Cada rincón de tu ser era una emancipada libertad. Lo sentíamos, lo divisábamos luego de esos viajes a contratiempo, escapándonos en un beso dado desde un aire nuevo, sin medida, entre nuestros descontrolados deseos.
Sabía que te habías ido, pero, a ratos, volvías, te quedabas como ese reflejo imaginario que no busco admitir para no ser un contorsionista de nuevos desequilibrios y locuras. Las manos, asidas al aire, imaginando que, una vez más, me dabas una última mirada, entre complicidades de un jinete y su montura. Obedecer. Me mirabas, sonreías, y nacía la nueva música, otro recuerdo para el alma.
Nos perdíamos en excentricidades. Dedos traviesos ocupados en ese delimitar pequeñas circunferencias, en compases imperfectos, sin reglas autoimpuestas para evitar mayores delirios. Un movimiento era crucial para obtener los tres deseos de aquella lámpara de un cuento. Hoy solo buscábamos llegar a uno en un pasadizo custodio de aquel elíxir de vida, los fundamentos de una pasión cósmica insertos en sus propias galaxias de fe. Tocar, percibir, asociar y disociar, sin explicar por qué. No podía decirte por qué. Era ese cataclismo sin tregua, ese decir, «me excitas», «me incitas», «me corrompes», y luego sucumbir.
Bebí el perfume de tu rostro sin tiempo en esa oscuridad tan nuestra, mientras sentía que la canción tomaba tu fórmica y nos sometía a esa suave caricia en clave de sol. Vivíamos, nos mirábamos y reíamos de nuestra suerte, de nuestro reencuentro anhelado y bohemio. Puntos cardinales. Recobrarte íntegra, de norte a sur, de este a oeste, y disipar mis miedos más desesperados. Desvestí una sombra y desperté llamándote. Hay algo que hace que quiera quedarme aferrado a tu inmensidad, a tu hechizo que hoy dicta una cadena perpetua. Tarde, lo comprendo. La canción estuvo jugando conmigo y la divagación se pierde sin remedio. Belleza y virtud. Te extrañé, my lovely. I can’t tell you why, darling.