
No podía dormir. Hablaba en voz alta en un tono intermedio dentro de la casa vacía. El soliloquio giraba sobre cualquier cosa. La locura hacía efecto. Todo era causa, motivo, razón, circunstancia, como una vieja frase de un programa de televisión de antigua laya.
El calor era insoportable. La germinación de un nuevo prosema se construía en base a lo real, a lo tangible, a la posibilidad más sensata y triste: los siguientes días serían terribles.
Y no pensarte, no soñarte, no verte. Esperar a que el relojito de la vida marque un nuevo día y también esperarte, con la paciencia incansable de un trovador que no se cansa de reanudar su canto, solo para felicidad de las hadas. Nobleza obliga, debería decirlo. Y los mundos colisionan en un mismo latido, para el deleite de nuestros sentidos, embriagados de poesía. Este párrafo está «acrosticado» en diminutivo, pero no hay problema. Lo lúdico es la camaradería, el recuento de milésimas que nos acercan a un mismo universo, como la alegría más eterna.
Hoy, el único primer motor que admito y reconozco, es este: Si usted es feliz, también soy feliz. Epistolar, wertheriano y en tregua. No me suelte la mano, que prometo no soltar la suya. Si la suelta, significa que la serenata fue una vergüenza. Este camino es difícil. Usted ordena, y salto para tenderle un puente con mi chaqueta raída en esos charcos inexistentes (No llueve). No tengo un borsalino. No soy Bogart, tampoco su poeta favorito. Solo estoy para regalarle una flor azul del jardín que imagino, sin miedos, sin temores, con la custodia de su brillo.
Nacida para brillar, que sus mañanas sean relicario y música para superar todo lo adverso. Es mi mayor deseo. La carta es suya pero no tendrá destinatario. Respire profundo. Suspire y viva para usted misma. Sonría debajo de las mascarillas.
Recuerde ese capítulo tan bello que muestra un dibujito hecho con una mano hacia sus labios, coincidiendo exactamente con su boca que sonríe por debajo de la mano imaginaria que la dibuja. No se sienta triste. Que no se escape la lagrimita. A este poeta lo mandaron a dormir. Fue extremadamente ruidoso con las cacerolas y las latas de dulce de batata. Creo que no será la única demanda.
Adiós, entonces, es preciso. Parafraseando a Poe, encontré un refugio poético en donde vivir hasta que me digan, basta: «un sueño dentro de un sueño». A usted, gracias. Nueva lectura entre líneas. En esta vuelta, no «me fui todito». Solo terminé en la comisaría, por ser buen tipo. A dormir, señor poeta. Haga algo con su vida y presente cartas credenciales para Nueva Delhi. Ahí, ya nos fuimos. Rise And Shine, Sweet Comrad.