
Lo que no nos dijimos se quedó atragantado, como esas palabras que temen abrirse a las caricias del alma. Temblorosos, trémulos, con un pasado recíprocamente intenso, nos quedamos suspirando en silencio, en secretas complicidades.
No nos pedíamos el mejor poema del mundo: bailar a nuestro propio ritmo, persiguiendo lunas a destiempo, entre resplandores y miradas. Sentir que el amor se desborda es pagar un divino precio: con una sonrisa, lo magnánimo se circunscribía a la dulce calma.
¡Qué banal encontrar al brillo de su ser como la verdad suprema! ¡Cúlpese al hereje que blasfema! Pero, ¡Qué rostro! ¡El centro de la vida es el sol!
Desintegrarse en el último beso para desvanecer ausencias y espantar terrores. Prisioneros de la luz y el ocaso, un afán de redención para nosotros los bohemios menguantes, alcanzando su propio eco vago de promesas en un suspirar sin remedio.
Vive, con la sapiencia de las horas que te nombran. Sueña, con el mismo candor con que rima el poeta. Ama, con el misterio que te rodea. Adora, porque la esperanza incorregible es para los que renacen a su propio tiempo, a su propia esencia devota. Gracias por el fuego, maga de la luz y de las sombras.