Y hubiera querido perderme solo una vez por el laberinto de tus ojos. Es tu oscuridad la que nos aprisiona sin la oportunidad de trocar realidades por todas las fases en las que te sueño. No querrás que pronuncie tu nombre, porque la vida situó su engranaje en un tiempo necesario, pero distinto. Y sonríes, cantas, bailas siendo tu propio espejo, sin importar los claroscuros de los días. No hay espacio en el universo que logre capturar al sol con sus brillos eternos.

Caminas dejando huellas que perduran como la tinta indeleble, entre lo bueno, lo malo y lo próximo a escribirse. Aprendiste a vivir y a sobrevivir, porque hay vidas que tienen miles de rostros y rostros con miles de vidas. Aunque tus rasgos no sean de piedra, nació con los cimientos necesarios para construir su propia esencia. Lo impagable está allí: aunque en múltiples formas, tu luz se expande y queda.

Está por llover. Los truenos anuncian un breve caos del verano. Los pensamientos se volverían salvajes y peligrosos. Si te imagino desnuda, entenderás que es solo una parte del juego poético. Pero la visión es cegada por un “haz y deshaz inconstante”. Luego todo se nubla. Es solo un imaginarte perfecta en esa imperfección tan tuya de pequeñas arruguitas y estrías, solo para recubrir de nueva fe a ese velo del misterio: ser humana no es un pecado. Desvestir a una luz si sería la tentación más condenatoria. No me importaría ir al infierno solamente para convertirme en un redento sublime.

Llegaste como la suave lluvia de enero: a tiempo, en el mejor compás de música jamás creado, con las notas en fuga en medio de tocatas desiguales, cómplices, expresadas entre silencios de blancas y redondas. Dos y dos, cuatro, marcando el ritmo con las manos, santiguándonos a medida en que el sur abre su cofre divino y el erotismo se transmuta en un cariz criminal, luego de horas de penitencia. Pésame, Dios mío, por divisar más allá de lo que no podía ver.

Llueve con sol. Es obra del Diablo, que quiere casarse. Ir más allá de ti sin dispersarme, calmar nervios, médula y alma. Desanclar el barco, soltar amarras, echarnos a la mar y navegar por la turbulencia de tus aguas, a profundidades, a sorbos de pociones hechas para la magia, entrando hacia otro refugio oculto, más letal y sublime. Ver tu cuerpo sin inhibiciones, sin que las culpas estén plagadas de murmullos arrepentidos. No podremos arrepentirnos. Caer en “hidromurias”.

El problema está en que querré que te quedes, para que las visiones permanezcan indefinidas en el tiempo. Es una locura. Es tu historia contra la mía, “reduplimidas” en la “embocapluvia” de un “amalarse el noema” y “agolparse el clémiso». Nuevas visiones del glíglico. Capítulo 68 de Rayuela, contigo, y entendernos.