“Nunca pude escribir desde el plano racional. Cuando empezábamos el primer párrafo, con ese academicismo propio de los doctos recelosos de la pseudo intelectualidad, el lenguaje protestaba y se hacía música, baile, cronopiada, guarania y cambalache. Caótico y verborrágico, fiel al estilo quimérico, como presencias que circundan con sus rayos nuevos suspiros del alma.

Ya ven. ¿Será a propósito o de propósito querer rehuir a estas realidades 2022? Nos acostumbramos a vivir encerrados por demasiado tiempo. Estamos en el día dos de vacaciones y apuramos el encanto como rebosante agua de pozos artesianos. Existencia silvestre y agreste. Volver a mirar el lirio y dormirse en su perfume. Regresen, ustedes, lakistas incongruentes, Wordsworth, Taylor Coleridge y Southey. Ustedes, con sus contemplaciones estériles. Pasó el tiempo y el Bohemian TypeWriter se casó con los simbolistas. “Fantasmas metafísicos”, diría Nerval. Complicaciones metafísicas, diría otro poeta triste de la universidad más importante de una capital sudamericana.

Intenso, dulce, suave, inconexo, incoherente, no me vuelvas la espalda, Carlos Fuentes. Todos necesitamos un “cambio de piel”. Basta, basta, ¡BASTA!, que la memoria se agota, tiembla y se remonta como una partida de ajedrez en su idioma de casillas, eles, un paso y multipasos.

Ya ven que no surge nada. Ya ven que las palabras salen al vuelo y el alcohol dijo su último “ergo bibamus” aquel domingo de madrugada, llorando por una estrella y su pequeña luna, bajo el vinílico dolor de Lonely Days, Lonely Nights, de Whitesnake. Después vino Gary Moore para dejarnos malheridos con sus cinco espadas “a la Lorca”, luego Ambrosia como el “puto cierre” de nostalgia. “Así es como me siento”, querida. Esta querencia noctívaga y vaga se combina con los espectros de todos los siglos. No hay cabeza que aguante. Pero Werther lo supo más tarde por la sonrisa de Carlota. Trágico desenlace. Unimos las piezas y nos queda un hombre joven que descansa en un ideario de ilusiones.

Te estás volviendo loco, Gejor. Esa es la gran verdad. Permitiste que alguien se meta sin permiso como una gratitud insondable, pero te equivocaste. Malinterpretaste la jugada y el jaque mate rompió tu esquema defensivo. La reina tomó forma azul y nos dará alergia. No sos como el “Azul” de Rubén Darío. No sos como la “Flor Azul” de Novalis. No sos digno…
Y luego está la calma. Descansar y ya no arremeter contra el corazón inocente que no supo descifrar los códigos. Guardas silencio y entiendes que la historia solo es un momento de ternura que se va apagando mientras pudiste verla. Terminó el caos. Sonreíste por primera vez y nos transmutamos, convergimos en un nuevo espacio de sueños y magia. Aquí se está bien.

Hubiera querido verte siempre, sin que las imposiciones de lo llamado como “home office” pudieran cortar con tanta dulzura. Es hora del jazz de John Coltrane a largas contemplaciones. Un saxofón triste que se entona “In a Sentimental Mood”, para brillar por siempre. Algún día se disipará esa súplica pedida en silencio como la última expiación, el último pecado de sonreír por un ser de mayores febreros. Inofensivo. Pequeño bichito que oculta su rostro cínico y bogartiano. Nos acomodamos el sombrero y, salimos a perseguir a la luna en gabardina, con un calor de perros. Por supuesto que hay traje y corbata debajo. No somos pervertidos. Suficiente con la exposición pública. Enero. Otro caso de Philip Marlowe que ya no puede resolverse. Ya no tengo remedio”.

Sabía que el redactor en jefe le pondría un cero. No esperaba que su relato saliera airoso. Como su esencia, su esperanza había ido muy lejos. Pero, increíblemente, esas historias de ambiciones desmedidas, sus delirios contados en esos ataques de “talento”, le valieron volver a la tapa principal de la edición cultural del domingo. Extrañado, Gejor se acercó al jefazo y le preguntó: ¿Por qué este regalo a un pedacito de nada? El tipo de rangos inflados dijo: “Todos sufrimos en pandemia. Nadie se salva”.